miércoles, 19 de febrero de 2014

Testimonio: Miriam Alía, enfermera en República Democrática del Congo. Ébola: la enfermedad que mata a los que cuidan



“No hay proyecto más humanitario que una epidemia de fiebre hemorrágica. Nadie más vulnerable que un enfermo de una enfermedad sin vacuna ni tratamiento. Una enfermedad que normalmente tiene más mortalidad que la malnutrición, más estigmatización que el SIDA o el cólera. Más soledad que la que viven los inmigrantes y más miedo que cualquier conflicto armado”

Historia:

No hay proyecto más humanitario que una epidemia de Fiebre hemorrágica. Nadie más vulnerable que un enfermo de una enfermedad sin vacuna ni tratamiento. Una enfermedad que normalmente tiene más mortalidad que la malnutrición, más estigmatización que el SIDA o el cólera. Más soledad que la que viven los inmigrantes y más miedo que cualquier conflicto armado. 

Dicen que el ébola provoca dos epidemias, la real y la del miedo. Yo creo que son tres: la insolidaridad. Porque el miedo provoca que los enfermeros y médicos no se acerquen a los pacientes, pero también provoca que los pacientes se nieguen a ser ingresados, poniendo en peligro a toda su familia y quienes les cuidan. Y que algunas familias decidan esconder a los enfermos, incluso a los que no es seguro que tengan ébola, para evitar que los vecinos les denuncien o les discriminen.

La gente feliz se muere menos, así que teníamos un psicóloga que atendía a los pacientes y a sus familias. Procurábamos convencer a los familiares de que entraran a ver a los pacientes con los trajes de protección, como nosotros, -vestidos de astronautas, como decimos en broma-. Pero eran astronautas de su familia. 

Cuando no podían venir, les grabábamos y proyectábamos una película con sus saludos, porque como decía Deborah, la psicóloga, aquí aislamos al virus, no a las personas.

Nuestra psicóloga brasileña siempre preguntaba lo mismo: ¿a ti qué te daría ganas de seguir viviendo? Y pasábamos de astronautas a Reyes Magos, para conseguir lo que sea que aumentara sus ganas de luchar. Cosas sencillas: Crema de zanahoria para la cara, pasta de cacahuete, papaya o piña fresca, buñuelos…tan fácil y tan útil. 

Y nada más, no hacíamos nada más. A veces no funcionaba, pero al menos, ayudábamos a una muerte digna, sin dolor y sin soledad.

Pero muchas otras sí funcionaba. Y lo hacía porque el paciente luchaba, porque la familia apoyaba y porque en Isiro teníamos enfermeras artistas, poniendo las condiciones para que la Naturaleza hiciera su efecto

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