martes, 18 de febrero de 2014

Testimonio: José Antonio Bastos, médico (presidente de Médicos Sin Fronteras) Héroes anónimos



“Lo que hacemos es ir en contra de la selección natural de seres humanos, ir en contra del fatalismo, del qué mala suerte les ha tocado vivir una guerra, qué pena… no, que pena no, no tienen por qué padecer esa situación” 

Historia:
Siempre me ha impresionado encontrar a médicos y enfermeros locales trabajando con muchas ganas, con mucho riesgo y de manera absolutamente idealista por las mismas razones por las que nosotros estamos allí.

En el Kurdistán iraquí recuerdo a dos enfermeros que se llamaban Mohamed y Mohamed que trabajaban con nosotros en el hospital. Cuándo les pregunté cuánto les pagaba MSF me respondieron ‘no, no, ni hablar, ya nos han ofrecido dinero, pero nosotros estamos aquí trabajando por nuestra gente, no queremos cobrar’.


También me acuerdo de otro ejemplo, en Bolivia, en 1992. Una epidemia de cólera afectaba a la ciudad de Cochabamba y comenzaba a extenderse a la zona rural del altiplano. Era un entorno situado entre 3.000 y 4.000 metros, sin vegetación, con pueblos diseminados.

Se trataba de una zona muy dispersa, de pueblos pequeños. Cuando el cólera llegaba a una aldea podía terminar con la mitad de sus habitantes. Íbamos corriendo detrás de la epidemia, intentando llegar antes, formando a la gente y fue en aquella zona en la que nos encontramos con un médico: el doctor Lucio. Conocía muy bien las comunidades quechuas. Nos acompañó y nos presentó a los líderes comunitarios. Estaba haciendo un trabajo con las comunidades de atención primaria, de formación, de empoderamiento político. Cuando le preguntamos si trabajaba para el Ministerio de Salud nos respondió que no. ‘Trabajo de médico particular en una aldea’.

Nos explicó que trabajaba tres días en su consulta privada y que los otros cuatro días trabajaba gratis para la gente de la comunidad. Llevaba años haciéndolo. Sólo lo sabían las comunidades de la zona alta de la montaña. No era fruto del impulso de un día. Me pareció una prueba de modestia, de sacrificio personal y de integridad impresionante. Doctor Lucío, uno de mis héroes.

En Chechenia conocí al doctor Movsar que trabajaba con la sección holandesa de MSF y que pasó, junto a otros amigos, casi todo el primer año de la guerra con la piscina de su casa cubierta con vigas y sacos de tierra y usándola como quirófano, trabajando a destajo. Se arriesgaban mucho porque en Chechenia, como ocurre en Siria, si te descubrían tratando heridos de otro bando tenías un problema muy serio.

Trataba el tema con una tranquilidad y naturalidad impresionante. Era gente con muy poco aspaviento, muy poco pretensión. Nos describía momentos durísimos. Recuerdo cuando relataba: ‘Lo peor fue aquella temporada de bombardeos, creo que no dormí ni comí en tres días, sólo operábamos. Más tarde vino el ejército ruso y tuve que engañar a los soldados para que no que descubrieran donde teníamos a los heridos’.

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